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-Y Carter encontró a Tutankamón.

02 de Noviembre de 2012

Howard Carter estuvo más de 15 años buscando su tumba en el Valle de los Reyes y tardó otros 10 en explorarla.


Quizá la maldición de los faraones fuera cierta. Puede que aquel mágico hechizo que, decían, protegía las tumbas de los reyes egipcios se mantuviera intacto. Tutankamon pensó que su legado quedaría perfectamente protegido, hasta que se topó con Howard Carter. La mayoría de las grandes pirámides habían sido saqueadas siglos e incluso milenios atrás. Colosales pirámides que escondían los tesoros de toda una vida que disfrutaron los más grandes faraones y que quisieron llevarse a la eternidad.
Laberintos de piedra y madera por los que apenas pasaba el cuerpo de un niño pequeño, sin luz, sin aire, llenos de toda clase de insectos, serpientes, arañas, escorpiones. Pasillos llenos de trampas, acertijos, falsos suelos, mapas convenientemente equivocados, falsificados. Merecía la pena.
Los siglos pasaban y poco a poco todas fueron cayendo. La esperanza de éxito era casi nula pero el hechizo de las pirámides embaucó a miles y miles de aventureros y facinerosos cautivados por la extraña magia que irradiaba tan profundo tesoro. Aquella aventura costó la vida a muchos intrépidos seducidos por el oro y los misterios ocultos de los faraones.
Tutankamón no fue un faraón célebre. No lo fue su reinado ni tampoco su tumba. Murió joven y poco legado se le reconoce. Quizá por eso su tumba pasó inadvertida mucho más tiempo que las demás. De hecho fue ignorada por la mayoría de saqueadores durante siglos y siglos. El pequeño tamaño de su tumba permaneció oculto más de tres mil años. Hasta que apareció Howard Carter.
25 años de su vida dedicó este intrépido arqueólogo a buscar y explorar la tumba de Tutankamón, situada bajo el Valle de los Reyes. Fue en 1908 cuando Lord Carnarvon, convencido por la seguridad con la que Carter afirmaba que la tumba estaba allí, decidió sufragar la expedición con la intención de encontrar su tesoro, escondido bajo en Valle de los Reyes, enterrado tras siglos de silencio.
Pero la tarea no iba a ser fácil. Quince años de excavaciones sin éxito que pusieron a prueba la paciencia y la determinación de Carter, cuyo empeño estuvo por encima de infinitas decepciones. Los años pasaban y la moral de los arqueólogos pendía de un hilo. Miles de horas tragando arena y polvo con una esperanza ilusoria que pudo con la fe de muchos de ellos.
Viéndose ya derrotado, el 4 de noviembre de 1922 aparecieron unos pequeños escalones de piedra que se adentraban en las profundidades de la tierra. El esfuerzo obtuvo su recompensa y se descubría así uno de los mayores hallazgos de la historia que cambiaría por completo el mundo de la arqueología y llenaría de fascinación y magia los sueños de miles de jóvenes aventureros.
La máscara de oro del faraón, perfectamente conservada durante tres mil años, se convirtió enseguida en un icono histórico cuya imagen poco tardó en dar la vuelta al mundo. Eran los felices años 20, los medios de comunicación multiplicaban su difusión mientras el mundo trataba de recuperarse de los traumas de la Gran Guerra.
no se puede decir lo mismo de los restos del faraón; Tutankamón no fue bien momificado y resultó muy complicado realizar el desvendaje. Diez años tardaría el intrépido arquólogo en explorar por completo la tumba y vaciar todos sus tesoros. Pero, a pesar del éxito del hallazgo, la maldición siguió allí y muchos de los investigadores que participaron en la exploración murieron poco tiempo después con extrañas dolencias.
Howard Carter aguantaría hasta terminar su estudio de los secretos de la tumba pero, tras finalizar su trabajo que le había llevado un cuarto de siglo, apenas vivió unos pocos años más. Se cerraba así el capítulo más fascinante de la historia de la arqueología, un hito que ha marcado y sigue llenando la imaginación de millones de soñadores hechizados por la egiptología por todo el mundo. Tutankamón no fue un gran faraón pero sí se convirtió en el mejor anfitrión que aquel periodo ofrece en la actualidad.

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