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-Abu Simbel cumple medio siglo de su segunda vida.

04 de Abril de 2014

A punto estuvieron los templos de Abu Simbel de quedar sumergidos bajo las aguas del río Nilo, si no fuera por las obras que comenzaron hace ahora medio siglo para salvar esos monumentos, reflejo presente del poderío que tuvo el faraón Ramsés II en el antiguo Egipto. Las edificios que en su día fueron redescubiertos entre la arena ofrecen hoy una vista apacible, incrustadas en una colina sobre el lago Naser, como si todos esos elementos hubieran siempre estado allí.
Pero lo cierto es que los dos templos que componen el complejo arqueológico, de más de 3.200 años de antigüedad, tuvieron que ser reubicados a doscientos metros de distancia de su enclave original y sesenta metros más elevados.
Técnicos extranjeros y egipcios iniciaron esa faraónica tarea para trasladarlos en abril de 1964. Muchos de ellos han fallecido o difícilmente pueden recuperar, a su avanzada edad, la memoria de aquella época.
Otros, como la egiptóloga Fayza Heikal, recuerdan el trabajo "excelente" y "entusiasta" que desempeñaron profesionales de las más variadas especialidades.
Heikal fue una de las afortunadas en embarcarse en esa aventura cuando tenía solo 22 años, y en su primer empleo, recién licenciada, se dedicó por unos meses a describir concienzudamente las piezas de Abu Simbel para completar una documentación de todo lo que sería rescatado.
"Fui la primera mujer egipcia que trabajó (de arqueóloga) en Nubia", exclama orgullosa la experta, que agrega que hace cincuenta años los jóvenes tenían menos libertad y no era costumbre mezclar a hombres y mujeres en esos ambientes.
Las condiciones de vida tampoco resultaron fáciles, mucho menos viviendo en barcos en el Nilo y obteniendo la comida de donde se podía, según Heikal. "Aquello no era un hotel de cinco estrellas. A veces no había ni pan", destaca.
Tales sacrificios no fueron en balde. La campaña, auspiciada por la Unesco, logró salvar monumentos nubios en Egipto y Sudán que, de otro modo, hubieran quedado anclados en el fondo del lago Naser tras la construcción de la gran presa de Asuán.
Solo así se entiende que Abu Simbel siga conservando el espectacular templo dedicado a la inmortalidad de los dioses y de Ramsés II, faraón de la XIX dinastía del Imperio Nuevo (1539-1075 a.C.), y otro menor concebido en honor de su esposa Nefertari.
Pese a lo que se pensó en un principio, no hubo que levantar diques alrededor de los monumentos ni aislarlos en una especie de futurista burbuja de cristal con ascensores hacia la superficie.
Al final se impuso la idea de cortar la roca de los templos en más de mil bloques de arriba a abajo y numerarlos para poder recolocarlos uno a uno en la nueva ubicación, a salvo del agua, explica el director del sitio, Ahmed Saleh.
Con grandes dosis de paciencia y delicadeza, se utilizaron máquinas especiales para su transporte y después se construyó encima de los monumentos una bóveda de hormigón, sobre la cual se colocaron rocas de la montaña original.
Los ingenieros quisieron, además, emular a los arquitectos de la antigüedad y mantener un fenómeno que hace que dos veces al año la luz del sol penetre en el fondo del mayor templo y alumbre las caras del faraón y de los dioses Ra y Amón.
Durante meses se hicieron pruebas de simulación para mantener la misma orientación. El resultado final apenas varió por un día de diferencia, de forma que cada año el espectáculo se observa el 22 de febrero y el 22 de octubre, en vez de los días 21 de esos dos meses, como ocurría antes.
Los trabajos en el sitio duraron cuatro años y medio, recuerda Saleh, que ahora vive pendiente de los "chequeos médicos" que habitualmente se hacen a los templos para evitar fisuras y otras deformaciones.
Mientras, espera que el turismo en el país se recupere para que miles de visitantes (y no solo cientos) vuelvan a diario a disfrutar de esa maravilla arqueológica.
Junto a Abu Simbel se rescataron hasta 1980 una veintena de templos, cuatro de los cuales se donaron a varios países -incluido el templo de Debod, a España- por su especial colaboración.
Esa campaña, financiada con 42 millones de dólares de más de cuarenta países, fue "única en sus logros" y "el primer gran ejemplo de movilización internacional para los monumentos de valor universal y no solo nacional", apunta la especialista del programa cultural de la Unesco en Egipto, Tamar Teneishvili.
Antes y después de Abu Simbel se llevaron a cabo otros muchos proyectos de conservación cultural, pero ese caso concreto refleja -según la responsable- un momento "excepcional del siglo XX" por esa solidaridad entre países capaz incluso de mover montañas.

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