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-Nefertiti y el chico de oro.

13 de Diciembre de 2012

Cien años se cumplen estos días del descubrimiento del busto de Nefertiti, una de las piezas más valiosas y bellas del antiguo Egipto y sobre la que los investigadores no han cesado de buscar nuevos detalles. Pruebas recientes de ADN sobre varias momias intentan revelar nuevos aspectos sobre la enigmática procedencia de esta bella mujer de rostro altivo, cuello largo, frente elevada y mirada soberbia.

JOSÉ A. SAMANIEGO VALENCIA Nefertiti apareció el 6 de diciembre de 1912, en el curso de las excavaciones del montículo de arena de Amarna, en su día Aketaton-"horizonte de Atón"-, la capital del faraón Akenaton. Los antiguos egipcios no construían en piedra ni murallas, ni ciudades, ni palacios reales, solamente templos y tumbas. Dirigía las excavaciones el alemán Ludwig Borchardt y Egipto estaba bajo dominio francés. Se encontró de bruces sobre la arena, como caída de un estante del taller del escultor Tutmosis, con las orejas en parte rotas. Fue exhibida por primera vez unos años más tarde, en 1924, cuando Europa intentaba curarse del desastre de la Gran Guerra y recordaba con nostalgia los tiempos de la Belle Époque. Desde entonces causa sensación esta bella mujer.

Su busto de piedra caliza pintada mide 47 cm. y pesa 20 kg. La piedra está revestida de una fina capa de yeso, para recibir adecuadamente la pintura. Una mujer de rostro altivo, cuello largo (que recuerda laMadonna del collo lungo del pintor manierista italiano Parmigianino, entre 1534 y 1540), frente elevada y mirada soberbia, entre sensual y despectiva.

Le llaman la hija perdida del Nilo, la Mona Lisa de Amarna, el icono femenino del siglo XX. Ninguna bailarina se atrevió desde entonces a salir al escenario sin llevar el pelo recogido, para mostrar nuca y cuello. Porque el cuello es aquella parte del cuerpo humano que -como un estrecho entre dos mares- separa la cabeza noble de todo lo demás. (Ver la gola del siglo XVI español, máximamente expresada por El Greco en los caballeros que asisten al Entierro del Señor de Orgaz, centrados en lo espiritual y libres por un momento del deseo.)

Belleza especial
Cuando vi por primera vez a Nefertiti hace unos años en Berlín, quedé clavado ante la vitrina. No había mucho espacio en aquella habitación. Tuve que pegarme a la pared para dejar pasar a la gente. Entonces comprendí algunas cosas. Supe por qué Nefertiti salía siempre de perfil. En realidad le falta un ojo, el izquierdo, que nunca existió, pues no se hallan señales de que lo hubiera tenido. Los párpados del ojo izquierdo están intactos. Tampoco los técnicos del museo de Berlín han explicado si el ojo bueno de la reina es globular o una placa curva pegada desde el exterior. Su mirada al infinito es fruto de ese ojo brillante, globo blanco de cuarzo e iris de cobre. Por eso le llaman la cíclope de Amarna. Supe también que si la ves a tres cuartos Nefertiti resulta menos dominadora, menos reina y más mujer. Y si la observas de frente, entonces parece tener un toque nubio, o sea, mestizo. Si lo dijéramos en USA, hablaríamos de un toque no anglosajón sino negro o hispano. De esa manera se muestra en los recientes retratos robot realizados con técnicas digitales a partir de su momia. Aún más acusados presenta estos rasgos su esposo Akenaton, hijo de la gran Tiy, tal vez un antecedente de los futuros "faraones negros".

Un centenario con ADN
La noticia del centenario de Nefertiti son las pruebas de ADN sobre varias momias, entre ellas las tres de la tumba nº 35 del Valle de los Reyes. Según el famoso egiptólogo Zahi Hawas, secretario del Consejo Supremo Egipcio de Antigüedades, el chico de oro, Tutankamon, no era hijo de Nefertiti, sino de Akenaton y una de sus hermanas. De ahí que padeciera varias enfermedades, como la malaria y otras dolencias óseas. Como es sabido, la tumba de Tutankamon fue descubierta intacta por el arqueólogo inglés Howard Carter el 4 de noviembre de 1922.

En Amarna había otro taller de escultura, el taller de Bek, especialista en relieves hundidos. En uno de ellos se ve a la pareja real, Akenaton y Nefertiti, jugando con sus hijos bajo la luz del dios sol Atón. Uno de los bebés le tira a la madre de un pendiente. Y en otro el escultor ha grabado una pareja de la familia del faraón: ella le muestra la raíz de la mandrágora, considerada entonces afrodisiaca, como diciendo, "a ver si espabilas". Son muestras del nuevo estilo impuesto por el faraón hereje, lejos del lenguaje hierático oficial, cerca del maat, la verdad bajo el sol, la cercanía a la naturaleza.

Durante un viaje familiar a Egipto entré con mi hija Beatriz, entonces niña de diez años, en el Museo del Cairo, después de colarnos aparatosamente, porque no teníamos mucho tiempo. Allí vimos al chico de oro. Recuerdo el gran asombro que me produjeron los sarcófagos embutidos uno dentro de otro, a cual más sorprendentes, y los numerosos objetos de la tumba, desde el gran carro, las sillas, los pequeños barcos de juguete para navegar por el Nilo, las cajas con semillas, una variedad de arcos. No recuerdo los más de cien bastones que utilizó para poder caminar. Pero me quedaron grabados los calzoncillos de Tutankamon, grandes triángulos de tela que se ataban por la cintura, horizontalmente y subiendo por la entrepierna una de las esquinas.

Pero volvamos a Nefertiti. Su cabeza está rapada para mejor ceñir la corona. Un cuerpo depilado enteramente. Nada hay aquí del mito erótico oriental, centrado en la melena. En esto las mujeres del siglo XX y XXI no la imitan.

La eterna belleza de su busto de piedra contrasta con la momia. Estamos acostumbrados a ver las estatuas griegas sin brazos, sin cabeza o sin otras partes del cuerpo. Así la Venus de Milo, la Victoria de Samotracia. No nos importa, porque analizamos el cuerpo por partes o piezas.

La momia puede estar completa en sus partes. Pero tiene tres capas: la piel acartonada, lo que pueda quedar de varios tejidos y finalmente los huesos. Breves son los días del esplendor en la hierba. Tal es el drama de los hombres y más aún de las mujeres de nuestro tiempo.

La belleza humana es efímera. Tanta admiración como produce la reina Nefertiti lleva enseguida a la nostalgia. En una sociedad dominada por valores económicos y biopsíquicos, la enfermedad, el paso del tiempo, la vejez y la muerte, se ocultan sistemáticamente. Y las provocaciones eróticas son hoy -en los medios de comunicación- infinitamente más groseras. Honores a Nefertiti.

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