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-Constructores y destructores de Egipto
24 de Noviembre de 2016
La Dinastía XXXIII y última, conocida como Ptolemaica o Lágida por su fundador, el general griego Ptalmis hijo de Lagos, fue constructora durante 300 años de algunos de los edificios civiles y religiosos más imponentes de Egipto. Una lista que se inició al poco de que el primero de los Ptolomeos –hubo 15- se asentara en el trono como botín de guerra tras la muerte de Alejandro Magno, que había conquistado el país unos años antes. Ptolomeo, heleno de Macedonia, era representado en público como faraón con los atributos tradicionales de su rango, pero nunca habló otra cosa que griego ni vivió fuera de Alejandría, la capital fundada por Alejandro a orillas del mar. Allí fue donde la Dinastía decidió levantar dos edificios que se harían famosos, ambos civiles. Uno, la torre de la isla de Faros, que dio nombre a todas las que llegarían después, como símbolo del poder egipcio y reclamo del gran puerto mediterráneo. Sería considerada una de las Siete Maravillas y estaría en pie durante al menos 1.500 años, hasta que su caída tras un terremoto. Sus piedras fueron utilizadas para construir un castillo vecino, aunque algunas acabaron en el fondo del mar, de donde han sido recuperadas recientemente. En Alejandría también se levantó la monumental Biblioteca, compendio del saber, que fue destruida en dos ocasiones, con un incendio en tiempos de Julio César y definitivamente siglos más tarde en una revuelta cristiana.
Los ptolomeos reinaron desde el año 330 al 30 antes de Cristo, y también fueron constructores lejos de Alejandría, en el Valle del Nilo, sobre todo dos obras religiosas relativamente recientes según los parámetros egipcios. Una, Filae, el santuario de Isis, hoy trasladado a una isla vecina tras inundarse el lugar original con la presa de Asuán. Es una de las joyas de Egipto. Otra, la Casa de Horus, el templo mejor conservado y el más espectacular, que permite imaginarse perfectamente cómo serían las ceremonias de la religión faraónica. Ambos monumentos se conservaron gracias a que fueron reconvertidos en iglesias y mezquitas.
Pero los ptolomeos llevaban en su interior el germen de la destrucción, en parte por una demente política de endogamia extrema, convencidos de que sólo su sangre era pura, real y divina y no podía mezclarse, lo que llevó a una sucesión sin fin de uniones entre hermanos. Sólo la Dinastía XVIII llegó tan lejos y lo pagó con enfermedades hereditarias y decadencia. Los ptolomeos mantuvieron además continuas guerras familiares por el poder, cuyo colofón fue el reinado de Cleopatra, quien antes de conseguir el trono se libró de dos hermanos y dos hermanas que antes trataron de hacer lo mismo con ella. Finalmente, y gracias a la ayuda romana, reinó en solitario con su hijo Cesarión Ptolomeo XV a su lado para mantener la tradición de que tenía que haber un Horus hombre. Todo fue en balde: ella se suicidó para evitar ser arrastrada cargada de cadenas por Roma, él fue asesinado por orden de César Augusto –era un posible rival, igual que en la familia ptolomea- y Egipto se convirtió en una provincia imperial.
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