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-Redescubriendo a Tutankamón.

17 de Febrero de 2013

Han pasado 90 años desde aquel primer ingreso a la cámara funeraria del faraón. Con las nuevas herramientas científicas, ¿cómo se efectuaría hoy en día aquella hazaña?

El 16 de febrero se cumplieron nueve décadas desde que se encontró el cadáver del faraón Tutankamón: el hallazgo del sepulcro en Egipto se produjo el 4 de noviembre de 1922; el 26 se entró por fin a él; el 29 se realizó el anuncio oficial de su descubrimiento; y fue hasta el 16 de febrero de 1923 cuando el arqueólogo Howard Carter y su equipo hallaron en una de las cámaras cerradas del entierro el sarcófago que contenía el cuerpo momificado.

El hallazgo no fue una casualidad: Carter sabía que Tutankamón estaba enterrado en el Valle de los Reyes y lo buscó de una manera lógica, luego de lo cual pasó diez años trabajando en la tumba y en sus contenidos, a fin de extraer y conservar los objetos encontrados.

El arqueólogo británico, con el patrocinio de Lord Carnarvon, emprendió en 1908 la búsqueda de la tumba de Tutankamón en el Valle de los Reyes, asumiendo que, puesto que las tumbas de los faraones de la XVIII dinastía estaban agrupadas en la misma zona, ahí debería encontrarla.

Luego de años de búsqueda, a punto de vencer ya la concesión que le otorgó el gobierno egipcio, el 4 de noviembre de 1922 se originó el descubrimiento del sepulcro: apareció el primero de los 16 escalones de acceso, tallado en la roca, situado debajo de la tumba de Ramsés VI.

El día 25 de noviembre se abrió la puerta situada al final de la escalera. Un pasillo conducía a una segunda puerta sellada, con evidentes indicios de haber sido violada por ladrones de tumbas. El 26, Carter realizó una abertura en la puerta, acercó una vela encendida y miró a través de ella. Aparecieron ante su vista objetos tallados de animales, estatuas y oro.

Lord Carnavon, impaciente, preguntó: “¿Se puede ver algo?” A lo que Howard Carter sólo pudo responder: “Sí, ¡cosas maravillosas!”

Por el furor del acontecimiento, se consideró conveniente efectuar una apertura y ceremonia oficial con las autoridades el día 29 de noviembre. Y luego de tres meses de trabajo en la antecámara, el 16 de febrero de 1923 se derrumbó el muro que la separaba de la cámara funeraria, donde se encontró una gran capilla que casi ocupaba la totalidad del espacio y en cuyo interior había otras tres capillas, una dentro de otra; y, finalmente, se halló en el interior de la última el sarcófago de Tutankamón.

Sin embargo, este fue abierto hasta el día 10 de octubre de 1925. En su interior se encontraron otros tres sarcófagos momiformes, uno dentro de otro, el último de los cuales es de oro macizo con incrustaciones de lapislázuli, turquesas y coralinas.

El 28 del mismo mes se abrió ese último sarcófago, apareciendo la momia del faraón con la célebre máscara de oro cubriéndole el rostro y joyas diseminadas entre los vendajes.

Tomando en cuenta el descubrimiento de Carter, nos preguntamos cómo se realizaría hoy en día la búsqueda, con la aplicación de novedosas herramientas científicas.

La doctora Abigaíl Meza Peñaloza, del Instituto de Antropología de la UNAM, responde estas inquietudes.

—¿Como se localizaría, primero, la tumba del faraón con las nuevas tecnologías?

—Desde mi punto de vista, en lo que más se debe invertir hoy en día es la prospección: si tienes un objetivo, en este caso la búsqueda de una tumba, se puede trata de localizar ya sea vía satelital o con radares de penetración, peinandoel sitio, pero no excavando. Con este tipo de registro se pueden analizar las anomalías que se presentan en la zona y es ahí donde se hacen pequeños pozos de sondeo. Cabe señalar que una de las áreas a las que más se ha apegado la arqueología es a las nuevas tecnologías que pueden ayudar a elegir dónde cavar.

—Carter introdujo una barreta por un orificio de la puerta para indagar si había un hueco detrás. ¿Qué proceso se utilizaría ahora?

—Ahora tienes la ventaja de los radares. Existen radares que se pasan sobre una superficie y hay otros, manuales, parecidos a un escáner, que se pasan sobre el muro. Estos se utilizan mucho en Europa, en estructuras coloniales, para investigar si hay un muro falso, o qué hay detrás. Se trata de destruir y perturbar lo menos posible una zona, porque finalmente en una excavación siempre se rompe algo.

—Está documentado que Carter utilizó una vela para observar el interior. ¿Se entra a una cámara mortuoria como se hacía antes?

—No, es muy arriesgado. Puede haber gases peligrosos; o guano de murciélago, que es muy tóxico. Se debe entrar con precaución y bien equipado. Con mascarillas que filtren las diferentes sustancias que existan en el ambiente y equipo de protección semejante al que se usa para una autopsia: overoles desechables, lentes que te protejan la vista y guantes de tipo cirujano. Si es un ambiente aún más cerrado y enrarecido, se utiliza un equipo más especializado, incluyendo tanques de oxigeno. Es decir: si, por ejemplo, existe un virus muy letal, tienes que llevar tu propio ambiente.

Más adelantos

Existen además, añade la especialista, “aparatos que cuantifican el oxígeno al interior o qué tipos de gases pueden encontrarse en el lugar. Esos lugares ahora se pueden iluminar gracias a plantas de luz que se pueden colocar ahí mismo”.

—El entusiasmo por sacar a la momia llevó a Carter a realizar incisiones y separar extremidades del cuerpo del faraón. ¿Qué métodos se utilizan ahora?

—Hoy en día, en caso de encontrarse un sarcófago, ¡no se abre! Se deben primero tomar en cuenta lecturas de humedad, de clima, porque al momento que se perturba ese hallazgo puede contaminarse con un cambio de humedad, de temperatura, un cambio en las bacterias… Y aunque estés hablando de restos momificados, siempre hay un hábitat: tú puedes contaminar a los restos, tanto como los restos contaminarte a ti. Si te encuentras con un bulto mortuorio o con un ataúd, lo ideal es que no se abra ahí. La mejor condición es sacarlo y colocarlo en un escáner de tomografía computada. Si hay metal, dificultará la lectura. Se puede, entonces, realizar una radiografía para observar que hay en el interior. De esa manera uno sabe si conviene abrirlo o no.

—La leyenda sobre la maldición de Tutankamón se explica con base en una hipótesis sobre la existencia de hongos y bacterias. ¿Qué opina al respecto?

—En realidad siempre puede haber agentes contaminantes como hongos y bacterias en un lugar cerrado. Por ejemplo, un historiador se encuentra propenso a infectarse si el papel está hecho con celulosa, con fibra de origen vegetal; hay documentos históricos reservados en los archivos, que pueden contener hongos; y al momento que se aspiran pueden irse al cerebro o pulmones y pueden ser mortales. En casos arqueológicos, igual se puede aspirar o trasferirse por contacto en la piel. Una bacteria que ha vivido durante cientos de años comiendo materia muerta, cuando llega a una persona viva, esta se convierte en un verdadero festín.

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