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-Egiptología explosiva.
17 de Marzo de 2013
26 de mayo de 1837. Un grupo de obreros egipcios trabaja sobre el lomo de la Esfinge, en la meseta de Giza, frente a las pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos. Están perforando la piedra para abrir un pasaje hasta el centro del monumento donde se supone que hay una cámara secreta. “Las barrenas se rompen debido al poco cuidado de los árabes, a una profundidad de unos 22 pies en la espalda de la Esfinge”. Intentan extraerlas pero es inútil, así que “usamos pólvora para ese propósito. Pero no queriendo desfigurar este venerable monumento abandonamos la excavación”. Así describe Howard Vyse parte de su explosivo modo de trabajar en uno de los monumentos más famosos del Egipto antiguo. El agujero todavía es visible en la Esfinge y al limpiarlo en 1978 Zahi Hawass encontró entre los escombros parte del tocado de la cabeza de la escultura, que había saltado por efecto de la onda expansiva.
Los métodos del militar, político, etnógrafo y egiptólogo inglés Sir Richard William Howard Vyse (1784-1853) son descritos por los historiadores de la arqueología y egiptólogos actuales como “brutales”. El especialista Mark Lehner dedica al personaje un capítulo de su Todo sobre las pirámides (Destino, 2003) cuyo título resume a la perfección su sistema: Excavando con dinamita. Aunque para ser exactos hay que precisar que el explosivo al que recurría el militar para acelerar el avance de sus trabajos era la pólvora de cañón. En su descargo hay que señalar que no fue el primero en usar las voladuras para abrirse paso en templos y tumbas, y que en su tiempo la egiptología era una disciplina recién nacida que a menudo era ejercida por aventureros y cazadores de tesoros y no por académicos metódicos.
Howard Vyse recogió sus experiencias arqueológicas en Operations Carried On at the Pyramids of Gizeh in 1837, voluminosa obra editada en tres tomos entre 1840 y 1842 y que dedicó a la Princesa Augusta, nieta de Jorge III, en agradecimiento por su patrocinio. En el libro, el militar británico señala que durante su primer viaje por Egipto, en 1835, no tenía idea de que acabaría excavando en las pirámides de Giza, por lo que su transformación en egiptólogo fue cuestión de apenas un año.
Hijo del general Richard Vyse, Richard William comenzó la carrera militar a los 16 años como corneta de un regimiento de dragones. Al año siguiente ya era teniente del mismo cuerpo y en 1802 lucía los galones de capitán. En 1837, el año de sus trabajos en Egipto, era coronel. Acabaría siendo general. Además fue miembro del Parlamento entre 1812 y 1818. Como todos los primeros egiptólogos se sintió atraído inevitablemente por las grandes pirámides de Giza, y en especial por la Gran Pirámide. El egiptólogo Toby Wilkinson señala en Auge y caída del Antiguo Egipto (Debate 2011) que “más que ningún otro monumento del mundo, la Gran Pirámide parece desafiar toda explicación racional. Apenas sorprende que su construcción, su significado y su propósito hayan sido objeto de tantas especulaciones. Las teorías al respecto van desde lo heterodoxo (sus bloques están hechos de una forma antigua de cemento) hasta lo directamente estrafalario (los bloques fueron trasladados mediante ondas sonoras), y asimismo se ha invocado a toda una serie de constructores de otros mundos para explicar su tamaño y perfección desconcertantes, entre ellos refugiados de la Atlántida y visitantes de otro planeta”.
Las pirámides y la Biblia
Lo que animó a Howard Vyse a excavar en Giza no fueron ni los arquitectos marcianos ni los atlantes heroicos, dos ocurrencias mucho más recientes, sino La Biblia. El coronel estaba convencido de que, de algún modo, las pirámides tenían que ver con la llegada a Egipto del patriarca José y los hebreos, que habían sido identificados por Flavio Josefo con los hicsos de los que había hablado Manetón en su Historia de Egipto, escrita en el siglo III aC. El intento de relacionar las pirámides con los textos bíblicos ya era una tradición antigua en tiempos de Vyse: el autor de Los viajes de Sir John Mandeville escribió en el siglo XIV: “Y algunos hombres dicen que se trata de sepulturas de grandes señores, que existieron antaño, pero esto no es cierto, porque la voz popular dice, en todos los parajes, que son los graneros de José”.
Vyse comenzó su trabajo en Giza colaborando con el explorador genovés Giovanni Battista Caviglia, otro pionero de la egiptología de métodos nada sutiles. Caviglia había perforado la Gran Pirámide en varios puntos, incluida la cámara Davison, situada sobre la cámara del rey y en cuyo fondo sur había abierto un boquete con intención de acceder a una supuesta estancia oculta que no apareció por ningún lado. Además, había despejado el corredor descendente y encontró una cámara subterránea inacabada, abierta por los constructores de la pirámide en el lecho de roca que sirve de base al monumento. La falta de sintonía con el italiano llevó a l militar inglés a emprender sus propios trabajos con ayuda del ingeniero John Shae Perring, en cuyas manos delegaba la dirección durante sus ausencias.
Los obreros trabajaban a destajo, día y noche, en cuadrillas coordinadas por capataces egipcios y repartidas por todo el complejo de Giza. Los trabajadores eran adultos y niños y, de hecho, Vyse consigna cuántos de unos y otros trabajaron cada día. Por ejemplo, el 30 de mayo trabajaron 196 adultos, 185 niños y 10 capataces. El apretadísimo programa del día incluyó: en la Gran Pirámide, una excavación en la base de la cara norte, perforaciones en el techo de la cámara de la reina, limpieza de cámaras y pasajes; en la pirámide de Kefrén, trabajos en el techo de la Cámara de Belzoni; en la pirámide de Micerinos, trabajos en el interior; una excavación entre esta pirámide y una de las pirámides de las reinas; una excavación en la tumba Campbell (un sepulcro del siglo VII aC); limpieza de varios pozos en torno a la Esfinge y en la tumba Campbell.
A pesar de subrayar la admiración que sentía por estos monumentos, el coronel Vyse no dudó en recurrir a las barrenas, los taladros y los barriles de pólvora ante la aparición del menor obstáculo que entorpeciera sus progresos. Así, despejó la segunda entrada a la pirámide de Kefrén volando los bloques que la obturaban, perforó la de Micerinos en busca de cámaras ocultas y despejó su entrada original. Además se llevó el sarcófago de piedra de la cámara sepulcral, que se perdió al hundirse el barco que lo trasladaba a Inglaterra frente a la costa de Cartagena. También trabajó en las pirámides de las reinas del complejo de Micerinos. En una de ellas, la media, taladró desde la cúspide hasta el núcleo en busca de una cámara que no logró encontrar. En la Gran Pirámide realizó varias voladuras para abrir una entrada en la cara sur, propósito que abandonó dejando un boquete notable, en la que además encontró dos bloques pulidos del revestimiento todavía en su posición original.
Las cámaras de descarga
Pero su gran descubrimiento fueron las cámaras de descarga situadas sobre la del rey. La primera de ellas había sido encontrada por Nathaniel Davison en 1765. El coronel Vyse estaba convencido de que por encima de este espacio tenía que haber otras dependencias (appartments las denomina él en su libro) conectadas con los enigmáticos conductos que se abren en dos lados de la cámara del rey. “Parece que las pirámides eran tumbas; que los pasajes inclinados fueron construidos con el propósito de ayudar al transporte de los sarcófagos, y para la mejor disposición de los bloques sólidos con los que al menos parte, si no la totalidad, de las grandes entradas fueron selladas, y también para aumentar la dificultad de exhumación y de violación”, explica el egiptólogo militar. “Al estar cerradas con mampostería sólida, no pudieron haber sido utilizadas para la observación astronómica, ni tampoco para la iniciación o prácticas misteriosas, como algunos han supuesto caprichosamente”, concluye. Pero las pirámides son, sobre todo la de Keops, monumentos enormes. Tenía que haber algo más que un par de cámaras que ocupan tan poco espacio en un volumen tan descomunal.
El militar empezó a realizar voladuras en el lado sur de la cámara Davison de la Gran Pirámide para abrir un pasaje hacia arriba, tras descubrir que podía introducir una caña de más de un metro a través de una grieta sin topar con ningún obstáculo. Así descubrió la cámara Wellington, bautizada así en honor del duque de Wellington, junto al que había combatido. Continuó agujereando hacia arriba y dio con otra cámara, a la que llamó Nelson como homenaje al gran almirante inglés. Animado, siguió realizando voladuras. El 7 de mayo “abrimos la cámara situada encima de la de Nelson (a partir de ahora llamada de Lady Arbuthnot s). Al atardecer entré en ella con el señor Raven. Encontramos esta dependencia muy similar a las que están por debajo y de las mismas dimensiones (…) como las demás, estaba vacía, construida de la misma manera, pero con menos cuidado”, con grandes piedras de granito. El suelo, sin alisar, estaba formado por las vigas de piedra del techo de la cámara inferior y el techo, alisado, era a todas luces la base de una cámara más.
Una última explosión de pólvora abrió el acceso a la quinta y última cámara que, a diferencia de las inferiores, tiene un techo a dos aguas formado por grandes bloques de piedra alisados. La cámara Campbell, llamada así para dar coba al cónsul británico en El Cairo, “estaba completamente vacía, no tenía ni puerta ni entrada alguna y aparentemente su función es la misma que la de las inferiores” (descargar el enorme peso de la pirámide para evitar el hundimiento de la cámara del rey). Parecía ser la última “porque está cubierta con un techo similar al de la cámara de la reina y al de la cámara de Belzoni”, en la pirámide de Kefrén. En el suelo, el egiptólogo observó agujeros “cuyo propósito aparente debió de ser la instalación de alguna estructura provisional de madera para facilitar la construcción del techo”. Además, “al igual que en las otras cámaras”, había “numerosas marcas de cantero”.
Los obreros de Keops
Aunque las estancias descubiertas no contenían ningún tesoro ni revelación bíblica, estaba claro que habían permanecido intactas desde la construcción de la pirámide. Por eso la importancia de lo que sí lucían: grafitos, pintadas realizadas por los canteros que trabajaron en el monumento. En 1837 la egiptología estaba en pañales y apenas hacía 15 años que Champollion había publicado su sistema de lectura de los jeroglíficos. Sin embargo, se disponía de una copia del libro y contaba con la asistencia de uno de los primeros especialistas en la materia, el egiptólogo Samuel Birch, del Museo Británico. Las inscripciones eran anotaciones de niveles, direcciones, ejes y marcas de identificación de cuadrillas de trabajadores, que solían estar formadas por unos 2.000 obreros subdivididos en grupos de 200. Era evidente que algunas habían sido pintadas antes de que las piedras que les servían de soporte estuvieran instaladas en su sitio, porque aparecían medio tapadas por otros bloques. En el lado sur del techo de la cámara Campbell, en un cartucho, se lee el nombre del rey Khufu (Keops 2551-2528 aC). En otro el nombre aparece en la forma Khnum-Khuf (El divino creador Khnum le protege). Una de las cuadrillas de trabajadores se llamaba ¡Cuán poderosa es la gran corona blanca de Khnum-Khuf, nada menos.
Esta fue la gran aportación de la arqueología dinamitera del coronel Howard Vyse: las humildes pintadas de los obreros que construyeron la pirámide del faraón Keops, la más grande de Egipto.
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