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-Nacho Ares: "Howard Carter pecó de arrogancia. Pensó que era la única persona cualificada para hacer

03 de Mayo de 2012

Nacho Ares lleva viviendo de la historia, literalmente, toda su vida profesional. Ejerce su actividad en los medios de comunicación (La Ser, Cuarto Milenio, Revista de Arqueología y diversas colaboraciones) y su devoción por los misterios no resueltos de la historia de Egipto y de los siglos de oro españoles ha procurado su presencia en televisión, radio e Internet pese a no ser periodista.
Esta devoción de los lectores y espectadores por todo aquello que apunta “maneras de historicismo” puede provocar errores irreparables en la concepción de los hechos en los ojos inexpertos que afronten la lectura de libros poco rigurosos o imprecisos.
Nacho Ares asegura que ‘La Tumba Perdida’ “es una novela histórica que reconstruye los retazos de informaciones sobre la época. El 90 % de lo que se cuenta en la novela está basado en datos reales y teorías aceptadas” y todo aquel que tenga un interés por el misterio de Tutankamón encontrará referencias constantes a los hechos reales en cada capítulo.

A quienes conozcan la historia de la excavación de la única tumba intacta o aparentemente intacta, del Valle de los Reyes, la de Tutankamón, el descubrimiento de la momia del faraón niño en otra cámara funeraria al año siguiente de la primera apertura de la puerta, no les pilla por sorpresa. ¿Pensó Nacho Ares en estos lectores cuando escribió su novela? “El libro está escrito para cualquier tipo de público. Cualquier avezado en la egiptología va a encontrar una serie de guiños que reconocerá al momento. Sin embargo, el lector que no esté habituado a este tipo de literatura ni sea experto en el tema de Egipto va a encontrar suficientes argumentos para seguir el tema con la lectura del propio libro e incluso, puede que despierte su interés por documentarse con otras obras”.

Lo cierto es que Ares ha convertido su pasión en profesión y por eso puede sentirse afortunado “Cuando tenía 13 años” confiesa Ares “realizando un trabajo en primero de BUP para la clase de historia, precisamente (que cursé en el colegio LaSalle de Valladolid) leí varios capítulos de la obra del propio Howard Carter en los que daba cuenta de las vicisitudes que vivieron los pioneros de la arqueología en Egipto en el siglo diecinueve y veinte. Aunque hasta ese momento yo siempre había querido ser médico, el asunto se fue consolidando en lugar de quedarse en una moda pasajera y empecé a comprar más libros sobre el tema y documentarme con diversas fuentes. Tuve la oportunidad de viajar varias veces, un montón de veces al final, a Egipto y lo convertí en mi profesión y pasión”.

La novela de Ares describe minuciosamente las piezas recogidas en la excavación de Carter de una manera exhaustiva. Tanto conocimiento al detalle tiene truco “Todos los lugares que describo en la novela, los conozco de primera mano. La novela me ha llevado poco tiempo, unos diez meses, escribirla. Pero, en realidad, he empleado décadas de trabajo en el sentido de que he viajado mucho no solo a Egipto para conocer en profundidad en tema, si no también a Inglaterra y EEUU y eso se nota en la novela. Las descripciones son muy cercanas, no solo de lugares, si no de objetos. Por ejemplo, la cabeza del faraón niño saliendo de la flor de Loto, la he tenido yo en mis manos en un taller de restauración en el Museo del Cairo. Es como si me sintiese cerca de los personajes implicados en este descubrimiento y eso que vamos a celebrar los casi 90 años del descubrimiento de la Tumba de Tutankamón”.

Pero no es Egipto el único objeto de culto de sus devociones narrativas. Hace unos años entrevisté a Nacho Ares con motivo del lanzamiento de su anterior novela ‘El retrato’. En general parece que al autor le gustan las teorías de la conspiración con antecedentes históricos reales “En efecto, como tú dices, por ejemplo, en ‘La Tumba Perdida’ hay una trama con retratos de hechos históricos, que son reales. Todo eso tiene un hilo conductor que no es ficticio, porque tiene referentes reales. El ostracon que encontró Howard Carter existe y delimita los mapas donde se encontraban las tumbas, no solo del Valle de los Reyes, si no de más lugares. Eso a mí me sirve para recrear una historia que participa de muchos componentes reales. Prácticamente pocos días antes de que se publicase la novela aparecía en los medios la publicación del descubrimiento de una cantora de Amón, KV64. Cuando yo escribí el libro sí que sabía que había parecido la tumba, pero no se había hecho público y no sabía si se podía dar a conocer. Y ¡mira! Así ha sido. Sí que sucede un poco lo que tú has comentado”.

‘La Tumba perdida’ nos traslada a un periodo histórico apasionante y muy desconocido, repleto de lagunas y especulaciones. Gracias a la novela, el lector no experto en la materia descubre que el culto a un dios o a otro era una cuestión de estado en la época. Nacho Ares explica “Es una de las etapas más interesantes de la historia de Egipto, pero también de las más desconocidas. En la tradición podemos ver que el culto a Amón era tradicionalmente apoyado por todos los faraones, sin embargo al llegar Akenatón al poder, se convierte en el faraón que tira por tierra toda esta tradición y coloca en lo alto del Partenón una única figura de divinidad que es el disco solar, Atón, una divinidad que ya existía antes, y que se recupera para respaldar una nueva religión y un nuevo tipo de culto. Dejar de lado el culto a Amón implicaba no sólo un cambio religioso, si no también un cambio económico porque los sacerdotes del templo de Amón que no sólo hay en Tebas, la capital de Egipto, si no en otros lugares, disfrutaban de infinidad de prerrogativas, privilegios y, sobre todo, poder. Eso fue seguramente lo que provocó la restauración de la antigua religión e hizo caer a Tutankamon y su estirpe, cuya historia está llena de lagunas porque sucedió en un momento de herejía y borraron su memoria de muchos monumentos, documentos, etc. Yo expongo la posibilidad de que Tutankamon fuera hijo de Akenatón que es una teoría muy respaldada porque es posible, pero no existe una prueba que lo demuestre. No se sabe a qué rama perteneció de la familia real para llegar donde llegó, etc”.

Carter, que es un hombre al que le gusta estar al pie del cañón, o esa es la impresión que da, de repente se marcha de Egipto y se va a vivir de conferencias por EEUU, escribir libros y publicar artículos en prensa divulgativa. Uno no se imagina que alguien que vive por y para la arqueología, sea capaz de abandonarlo todo por “agobio burocrático” tal y cómo se describe, en un principio, en la novela. Y sin embargo Ares asegura que sucedió exactamente como se relata en la obra: “La historia tal y como la cuento es real. Es decir, Carter tuvo que enfrentarse a trámites burocráticos por el permiso de excavación, problemas con la figurita de la cabeza, etc. Quizás pecó de arrogancia. Quizás pensó que era la única persona cualificada para hacer un trabajo de esas características y, si se marchaba, tarde o temprano le iban a llamar. Por eso se marchó a ofrecer conferencias a Inglaterra y EEUU y la verdad es que le fue muy bien.

Y en efecto, cuando volvió a Inglaterra recibió una llamada de teléfono en la que le indicaban que seguían contando con él para dirigir la excavación porque habían cambiado de ministro y la situación política estaba más calmada.

Creo que sabía que no podía abarcar el ingente trabajo que tenía entre manos, tenía el mejor equipo y él era el mejor arqueólogo, pero le entró el desasosiego porque sabía que no podría abarcarlo todo. Así que se decantó por la línea más populista en el sentido de escribir esos tres únicos libros sobre el descubrimiento de la Tumba de Tutankamón, pero nunca pudo publicar en revistas científicas, al igual que había hecho con otros descubrimientos en el Valle de los Reyes y eso debió hacerle sentir frustrado.

Hoy por hoy, muchos de los objetos más importantes de esa tumba están sin publicar y clasificar, todavía. Por ejemplo, la máscara que aparece en todos los libros, todas las portadas está inédita y lo mismo sucede con los ataúdes de oro. Desde hace 30 años el Griffith Institute de Oxford, donde está todo el material (las agendas y diarios de Howard Carter) publica monografías de material aparecido en la tumba. Por ejemplo: los lechos funerarios, cajas, sillas, la capilla, etc…poco a poco se va dando salida a todo este material, pero aún quedan las joyas, los funerales y cientos de objetos relevantes”.

Además de la relación de los hechos históricos relacionados con el descubrimiento de Howard Carter, ‘La Tumba Perdida’ ofrece una suerte de retrato en blanco y negro de la sociedad egipcia. A un lado se encuentran los personajes serviciales, discretos, casi invisibles y leales. A otro, una relación de individuos moralmente detestables, cotillas, difamadores, conspiradores y supersticiosos. Nacho Ares conoce bien esa sociedad y desmiente alguno de los tópicos en los que incurre en la novela: “Los egipcios son gente encantadora, pero hay que intentar leer un poco entre líneas y relacionar los perfiles de unos y otros. La gente que estaba con Howard Carter era gente honesta, leal y de confianza. El estamento social más alto, donde está Jehir Bey, está representado como la cara mala de esa sociedad. Le pinto como un mal tipo, pese a que es un personaje que siempre me ha caído bien, pero necesitaba que fuera malo en la novela. Hay muy poca información histórica de él. Le conozco por fotografías de la época en las que aparece con Howard Carter visitando el sitio, aunque es cierto que Carter probablemente no se llevaba muy bien con él porque se vio obligado a luchar durante años contra la burocracia de las circunstancias gubernamentales del Egipto de ese momento (que acababa de conseguir la independencia gubernamental).

En cualquier caso, lo que sí que es cierto es que los estratos sociales más bajos de la sociedad egipcia son más honestos y menos volubles a las influencias de poder que se puedan tener”. Parece que hay circunstancias que traspasan las fronteras geográficas y temporales, y aún hay muchas lecciones del pasado que pueden ayudarnos en el futuro.

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