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-Hallan en Luxor los primeros relieves del gobernador perseguido por el rey Ajenaton.
26 de Mayo de 2013
Nariz chata, labios gruesos, ojos almendrados y baba cuadrada. La primera batalla monoteísta de la Historia se encarnizó con Amenhotep Huy, Visir del rey Amenhotep o Amenofis III (1387-1348 a.C). Adalid del credo trandicional, el gobernador recibió un castigo atroz. Se combatió su memoria amputándolo el rostro, haciendo tabla rasa con su biografía.
La Mision Arqueologíca Española que desde el año 2009 excava su tumba en Luxor acaba de ejecutar el ajuste de cuentas: ha desempolvado los primeros relieves de quien fuera máximo dirigente de las tripas administrativas del estado faraónico durante el terremoto que desató la radical reforma religiosa emprendida por Ajenaton, hijo de Amenhotep III y la resistencia contra el faraón hereje librada por el todopoderoso clero y los partidarios del dios Amon. “Los relieves restantes tienen el rostro destruido, las manos cortadas y la garganta, los oídos y los ojos arrancados. Su memoria fue perseguida con saña”, relata al El Mundo el egiptólogo Francisco Martin Valentín, quien dirige junto a Teresa Bedman el proyecto del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto.
Las inscripciones halladas en su enterramiento, ubicado en la necrópolis de Asasif y cerca del templo de Hashepsut, dan cuenta de que el visir residió en Tebas (la actual Luxor) entre los años 30 al 36 del reinado de Amenhotep III. Su recuerdo fue hecho añicos poco después de iniciar el esculpido de la tumba, con los relieves aun frescos.
Para el equipo que reconstruye ahora su legado, la terrible persecución confirmaría la corregencia de padre e hijo. Alterado por la obstinación tebana, Ajenaton abandonó la gran ciudad real y edificó Tell el-Amarna, a mitad de camino de Tebas y Menfis y dedicada al nuevo culto a Atón. “Su marcha coincidiría con la orden de destruir las tumbas de las personas que habían obstruido su camino. Y una de ellas, quizás la más importante políticamente, sería la del gobernador del sur Amenhotep Huy”, defiende Martin Valentín.
Rescatarle de las sombras arrojaría luz sobre un lapso de tiempo tan convulso como mutilado. “Puede ser decisivo. Existe un gran vacío en los libros de egiptología sobre los cinco años en los que Ajenaton reinó en Tebas. Lo que él o sus seguidores no destruyeron, lo acabaron borrando Seti I y Ramses II durante la restauración”, precisa el director de una expedición financiada por la Fundación Gaselec de Melilla, Xelram, Thales, Fundación 3M, y la aportación de particulares y empresas.
Cuatro campañas y una revolución después, la Misión –integrada por veinte españoles, tres latinoamericanos, y 45 obreros egipcios – está lejos de desvelar todos los secretos de una de las tumbas de mayores proporciones de la dinastía XVIII, con unos 1.000 metros cuadrados de patio y capilla. Hasta la fecha, han desenterrado 7.000 piezas entre cerámicas, restos de momias, ushabtis o relieves. Pero ni rastro de la cámara funeraria del visir. Por similitud con la cercana sepultura del mayordomo de la reina Tiy, la gran esposa de Amenhotep III, el sarcófago podría hallarse al final de una rampa. “O bien, como era un personaje ligado al norte, en un pozo. O quizás en un cenotafio”, apunta Martin Valentín.
El ejercito de arqueólogos ni siquiera ha alcanzado el suelo madre de la capilla. En su búsqueda, las cientos de piezas encontradas sugieren que –muerto Ajenaton y enterrada la excentricidad de idolatrar a un disco solar- el lugar resurgió como taller de momificación. Los restos de camas de adobe, vendajes o bolsas de natrón aseguraron la vida de ultratumba de altos miembros del clero de Amon durante el Tercer Periodo Intermedio (1700-650 a.C). Y en plena época de renovación, el cortesano se volvió sagrado.
“Se comienza a recordar la memoria del visir como un mártir, una especie de santo que sirve para trasladar las peticiones del pueblo al dios Osiris” indica el director del proyecto.
La sepultura del visir alberga otras vidas. Entre sus muros, se han hallado 45 momias sometidas a un intenso expolio entre los siglos XIX y XX. Otras tantas aguardan, con sus ajuares a ser descubiertas. El finado más ilustre –después del gobernador- es Pa di Iri Jonsu. “Sería un miembro del alto clero de Amon emparentado con el faraón Osorkon I”, esboza Martin Valentin. A él pertenece una colección de tiras de cuero cuyos remates en forma triangular muestran al monarca ungiendo a una diosa tocada con la corona roja. Tambien han aparecido restos de momia con pan de oro, una cuchilla de plata y caras y manos de sarcófagos.
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