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-Los tesoros que dejó atrás el «saqueador de tumbas» en Deir el Bahari
20 de Abril de 2017
Entre los siglos XIX y XX, decenas de arqueólogos y aventureros envueltos en una pátina de romanticismo, desde Belzoni a Howard Carter, se acercaban como moscas a un Egipto que se dibujaba, en el imaginario colectivo europeo, preñado de tumbas, pirámides, momias y tesoros faraónicos, buscando el reconocimiento de un descubrimiento tras otro. Sin embargo, la egiptología como ciencia arqueológica, años después, es mucho más que llegar y besar el santo, como demuestra la expedición liderada por el español Antonio Morales, que desde 2015 investiga y cataloga los tesoros científicos menospreciados por los pioneros de la egiptología en dos tumbas de más de 4.000 años de antigüedad en la necrópolis de Deir el Bahari.
El egiptólogo Herbert Winlock (1884-1950) pasó como un torbellino por las tumbas de la colina de Deir el Bahari en la orilla occidental de Luxor, junto a la antigua Tebas, dirigiendo una expedición del Metropolitan de Nueva York en los años 20. Casi un siglo después, el trabajo que queda en la necrópolis es ingente: «Winlock excavó muchas tumbas, pero publicaba muy pocos datos. Tenía muy buen estilo escribiendo. A lo mejor publicaba un artículo de seis páginas, y dos eran sobre detalles mundanos como la visita de la señora tal o cual, y sólo dos se dedicaban a la información arqueológica extraída de las tumbas. Se dedicaba a la épica más que al trabajo científico», explica a ABC el egiptólogo sevillano.
El equipo de Morales, con 20 profesionales internacionales de diferentes disciplinas (desde geólogos a expertos en momificación) sigue los pasos de Winlock en las tumbas de Ipi (TT 315) y Henenu (TT 313), visir y tesorero real del reinado del faraón Mentuhotep II y su sucesor Amenemhat I. «Aquí queda mucha arqueología por hacer», asevera.
Pese a lo poco publicado por Winlock sobre estas dos tumbas, que datan del periodo conocido como Reino Medio (hacia el 2000 a.C.), su arquitectura y organización se utilizan como referentes de estudio de sepulcros de periodos posteriores (el Reino Nuevo). Sin embargo, las investigaciones del equipo de Morales, auspiciadas este año por primera vez por la Universidad de Alcalá de Henares, están cambiando esos paradigmas a cada piedra que extraen. «Como apenas se sabía nada, todo lo que sacamos está cambiando lo que creíamos conocido. Por ejemplo, se pensaba que la estructura estándar es una zona pública con un patio muy extenso, de unos 100 metros, seguido de la zona privada. Sin embargo, en el sepulcro del visir Ipi hemos visto que los arquitectos cortaron la roca madre para hacer una rampa central en el patio», sostiene Morales mientras pelea con la burocracia egipcia por obtener los permisos para que visitantes puedan acceder al yacimiento.
Decenas de tumbas
El invierno apenas ha acabado, pero el sol cae a plomo sobre Deir el Bahari. Un empinado sendero serpentea por la ladera de la colina que, como un queso gruyer, fue perforada durante siglos para construir decenas de tumbas. En las TT 315 y TT 313, separadas unos 150 metros, nadie comienza a trabajar hasta que el «mudir» (jefe, en árabe) da la orden. Un puñado de trabajadores locales, ataviados con su galabeya tradicional, hacen cadena para descender a la zona inferior de la colina los cascotes y rocas que van extrayendo de las tumbas y que disponen sobre una malla verde.
El equipo se divide en dos: los primeros investigan la tumba de Ipi, cuyo amplio patio -una zona pública- precede a un pasillo y a una cámara de culto, de planta cuadrada. Como muchas otras tumbas, la TT 315 fue saqueada y reutilizada como cantera. El expolio de las paredes de la cámara y las losas de piedra que recubrían la estancia descubrió bajo la solería un pasillo oculto que llevaba a la cámara funeraria donde descansaba el cuerpo del visir. Dentro, al equipo de Morales le esperaba un magnífico sarcófago de caliza con un peso estimado de ocho toneladas, tallado en una sola pieza y ricamente decorado. «Se trata de un sarcófago muy especial, pues es el único que tiene escrituras en la base», explica el egiptólogo doctorado de la Universidad de Pensilvania.
El sepulcro de Henenu
Unos metros más allá, el resto del equipo se afana en el sepulcro de Henenu, un importante personaje cargado de títulos «muy rimbombantes». El encargado de «la pezuña, el cuerno, la balanza y la pluma», de «toda ave que flote, vuele o se pose» y el «supervisor de lo que es y no es» fue enterrado en una tumba más larga, de cuarenta metros de profundidad y diversas galerías que se pierden en el interior de la montaña. Sin apenas ventilación y casi en la oscuridad, una arqueóloga del equipo se adentra en uno de los nueve pozos encontrados en el complejo funerario, de más de más de 5,5 metros de profundidad.
Allí, se han encontrado nuevas salas, decoraciones e incluso restos de cuerpos humanos. Fuera de la tumba y al pie de la colina, donde los sacerdotes prefirieron construir una pequeña capilla de adobe para el culto diario, seguramente intentando evitar la perspectiva de subir diariamente hasta la puerta del sepulcro, Morales se muestra confiado: «Henenu nos va a dar más información original», asevera. Este año, dos profesores de la UAH parte del equipo multidisciplinar -financiado por las fundaciones Gaselec de Melilla y Palarq de Barcelona- comenzarán además con la digitalización 3D de las tumbas, lo que facilitará nuevos estudios de forma remota sobre la arquitectura y geografía de los sepulcros construidos para ambos personajes.
Ambos fueron funcionarios clave en uno de los periodos más interesantes del Antiguo Egipto, cuando tras una guerra civil que enfrentó al norte y al sur una familia de nobles en Tebas se embarca en la reconquista del país del Nilo y se nombraron faraones. «Mentuhotep II -a quien Henenu servía- fue el primer monarca de la reunificación. Fue un antes y un después en la historia de Egipto», relata Morales, quien destaca la oportunidad de estudiar las tumbas de dos funcionarios «con impacto directo en la política del momento».
El descubrimiento más sorprendente
Pero el descubrimiento más sorprendente, que según adelanta Morales (a la espera de que el Ministerio de Antigüedades de luz verde a la publicación de la información más detallada) lo han encontrado junto a la entrada a la tumba del visir Ipi. Un pozo de metro y medio de profundidad lleno de bolsas y ánforas con material de momificación que se descubrió en 2016 y que está ofreciendo mucho más de lo que esperaban. « Como no son ‘puros’, no pueden ir en la cámara del sarcófago, pero al haber sido utilizadas para la momificación de alguien que irá al más allá, tampoco se pueden tirar sin más», explica el egiptólogo español.
Decenas de paños, todos utilizados en la momificación de Ipi y llenos de restos de sangre y otros materiales biológicos, incluso un órgano pendiente de identificación, conforman el descubrimiento que Winlock dejó a un lado. «Sólo se llevó 4 jarras. Buscaba más bien el valor estético, no lo científico», explica Morales, que destaca que el descubrimiento «permitirá estudiar el proceso técnico de momificación de un visir». Ataviados con mascarillas y guantes, los egiptólogos de Morales extraen los paquetes de paños impregnados en natrón, un tipo de sal empleada para desecar el cadáver, y que, más de 4.000 años después, «pica en los ojos, en las manos. Es un peñazo».
Pese a los más de 800 kilómetros que los separan, las noticias del atentado contra dos iglesias en el norte de Egipto llegan rápido, aunque no los amilanan: ellos no son turistas, que huyen en desbandada del país de los faraones. Para los próximos años, Morales ha solicitado ya al Ministerio la concesión de otras tres tumbas, que prolongarán los trabajos de esta misión española.
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