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-El kamasutra de las pirámides.

11 de Agosto de 2014

La escena no es porno casero ni siquiera un pasaje de la insólita y gloriosa hazaña del Cipote de Archidona que tanto asombró a Camilo José Cela. La orden, tan fogosa como amenazante, aparece junto a su correspondiente viñeta en un papiro de los tiempos faraónicos que los egiptólogos decimonónicos y mojigatos arrumbaron en un cajón. «Es como si escucháramos detrás de la puerta de un dormitorio», reconoce a Crónica la egiptóloga danesa Lise Manniche, tal vez la mayor especialista en la animada vida sexual de los antiguos egipcios. La única diferencia es, por supuesto, que aquí se trata es de pegar el oído a una alcoba de hace varios milenios.

El bautizado como papiro erótico de Turín -se guarda en el museo egipcio de esa ciudad italiana- es descaradamente singular. Fue descubierto hecho trizas en el siglo XIX en las áridas tierras de Deir el-Medina, un poblado de artesanos y obreros cerca del Valle de los Reyes, en la orilla occidental de Luxor, la antigua Tebas. Su castigado puzle data del reinado de Ramsés II (1279-1213 a.C.) y reúne 12 posturas sexuales con todo lujo de detalles. Los machos, calvos y rollizos, son sementales que retozan con mujeres estilizadas que se retuercen, inclinan y flotan dóciles y flexibles. «El papiro es único. Algunas posturas son conocidas, aunque no demasiadas, pero no en este soporte sino en lascas de piedra caliza o como figurines. Contiene además fragmentos de las conversaciones del hombre y la mujer», apunta Manniche.

Su contenido de alto voltaje ha perturbado a algunos intelectuales -«es una imagen de monstruosa obscenidad», declaró Jean François Champollion, el orientalista francés que descifró los jeroglíficos a partir de la piedra Rosetta- y ha exasperado a quienes han tratado de buscarle un sentido. La última revisión procede precisamente de tierras galas. El divulgador francés Thierry Do Espirito acaba de publicar Pharao-nique! La vie sexuelle au temps des pharaons: Histoire et révélations, una obra que bucea en la libido de los soberanos egipcios.
El papiro sigue siendo la pieza clave del oculto universo sexual del antiguo Egipto. La parte superior, la más divulgada y políticamente correcta, contiene ilustraciones de animales a modo de fábula. La inferior, en cambio, invita, según los expertos, a perderse por un burdel faraónico. O, dicho en su argot, por una «casa de la cerveza». Y es que además del vicio carnal, salpicados por el pergamino aparecen placeres etílicos servidos en jarras. Todo dispuesto para un trago de éxtasis.

«El propósito del papiro no está del todo claro. Como es una docena de escenas de coito diferentes, se podría pensar que se trata de un manual o quizás de alguien que ha encargado dibujar sus juergas», aventura la autora de La esfinge erótica. La vida sexual de los antiguos egipcios, un ensayo publicado en la década de 1980 que fue lo más parecido a un destape que ha conocido la civilización faraónica. «El pliego proviene de Deir el-Medina, cuya población masculina trabajaba en el Valle de los Reyes y podían estar lejos de casa hasta 10 días. Además, sabemos por otras fuentes que las actividades extra matrimoniales no eran inusuales en esta villa», agrega.

«A la finalidad del papiro se le da muchas vueltas. Lo cierto es que la sátira del documento es rotunda», señala a este suplemento el egiptólogo José Miguel Serrano Delgado, profesor de la Universidad de Sevilla y subdirector del proyecto español Djehuty, quien horada cada invierno Luxor en busca de tesoros extraviados.

Es cierto que, si la mirada se detiene y se recrea, las escenas de esta bacanal rezuman hilaridad: los clientes del prostíbulo -probablemente altos dignatarios de la corte y grandes sacerdotes- lucen panzas ajenas al canon de la época -esos trazos de morenos cuerpos fornidos y torsos esculpidos y desnudos que pueblan los templos- y sostienen falos erectos y desmesurados. Por sus gestos parecen hallarse extremadamente cansados, exhaustos como si se les hubiera pasado el tiempo de las correrías. Las meretrices, en cambio, guardan la línea y cuidan su vestuario. Están radiantes. Para más escarnio a la hombría de sus acompañantes, las mujeres «aparecen de forma recurrente tomando la iniciativa», indica el arqueólogo.

¿Es el ardiente croquis del papiro de Turín el Kama Sutra perdido de los antiguos egipcios? «Podría ser porque se representan distintas posiciones de penetración pero el tratamiento del miembro viril es muy chocante. La imagen del hombre es ridícula. Creo que no está pensado tanto para excitar o adoctrinar como para divertir», replica Serrano Delgado. «No es propaganda ni didáctica. Los egipcios también realizaban cosas como los dibujos que puede garabatear un escolar en un pupitre o como las representaciones eróticas que deben decorar las mansiones de algunos millonarios actuales».

«El Kama Sutra es mucho más que un manual con ilustraciones de posturas sexuales. Lo único que tienen en común ambos documentos es el tipo de lector que debía apreciarlo, la élite», esboza Manniche.

Controversias aparte, lo que sí desnuda el pergamino son las posturas con las que se desfogaban los habitantes del Nilo. «La posición representada con más frecuencia y que podríamos etiquetar como popular es la del hombre de pie con las piernas de la mujer rodeando su cuello. También se muestra a menudo a la mujer acostada encima», enumera la investigadora. El Libro de los Ataúdes, no obstante, recomienda la posición contraria: «Él copulará en esta tierra de noche y de día; el orgasmo de la mujer llegará debajo de él cada vez que copule».

«Las representaciones iconográficas y las figurillas revelan que hacían el amor como todo el mundo. Por delante y por detrás y en posiciones como la del misionero o la cópula a tergo (el hombre penetra a la mujer por su parte trasera, tanto por la vagina como por el ano)», asevera el profesor de la Hispalense. Una de las escenas más llamativas del pliego es precisamente la que muestra el coito anal de una una mujer subida a un carro de guerra tirado por dos muchachas diminutas. El amante la penetra mientras su mano izquierda se aferra a sus cabellos y su derecha sostiene un tarro. «Cabría pensar que el frasco contendría algún tipo de ungüento que permitiría una mayor facilidad en la penetración anal», subraya Marc Orriols i Llonch, egiptólogo de la Universidad Autónoma de Barcelona, en un artículo que desentraña la cópula a tergo a partir del léxico y la iconografía erótica del Antiguo Egipto. Y concluye: «El tipo de coito más recurrente en la imaginería es aquel en el que el hombre penetra a la mujer por su parte trasera. Dentro de estas representaciones se distinguen dos tipos de documentos con finalidades muy distintas. Por una parte, los satíricos, en los que la penetración anal simbolizaría la degradación del personaje sodomizado. Y, por otra, los cotidianos, que reflejarían las fantasías sexuales de los hombres del antiguo Egipto.

El ardor del faraón y sus súbditos tiene una frontera: la felación y el cunnilingus. No se ha hallado hasta la fecha una prueba que confirme su práctica. Lo más aproximado son algunas «figuras obscenas» que enseñan a una mujer sosteniendo y aproximando a la boca el falo, también de tamaño XXL, de su compinche. Pero, como dice Serrano Delgado, negar su existencia es aventurar demasiado. «Tampoco existe este tipo de representación en otras culturas. Hay ciertas cosas que no hay por qué decirlas ni por qué inmortalizarlas», arguye. De lo que sí hay constancia es del gusto por fetiches como pelucas femeninas abundantes y de color azabache. «Parece que la peluca enviaba un mensaje de deseo sexual», apunta el académico.

A diferencia de los arqueólogos pacatos que se escandalizaron al descubrir el trajín de las alcobas faraónicas, sus habitantes vivían sus escarceos sin tabúes, con una libertad difícil de entender para los corsés de cristianos y musulmanes. «Era entendido como algo muy natural, desligado de lo ético y moral y de cualquier noción de pecado», sugiere Serrano Delgado. Lo del matrimonio no era aún un trámite lleno de formalismos y no existía el voto de llegar virgen al altar.

La corte del faraón soñaba en los goces que les depararía la vida de ultratumba y, quien tenía bolsillo para construirse un enterramiento, reproducía en sus muros escenas dignas de las revistas porno de hoy. Se conocían técnicas abortivas y la homosexualidad masculina estaba aceptada, tanto que algunas de sus tórridas relaciones han llegado a nuestros días talladas en algunas tumbas. Pero, más allá del bendito placer, la sexualidad era reproducción. Un papiro médico recoge, por ejemplo, el primer test de embarazo de la Historia: un rudimentario sistema de dos tiestos con cereales, uno con avena y otro con cebada, que son regados por la orina de la mujer. Si crece el grano, hay estado de buena esperanza.

En la mitología egipcia, el sexo fue la verdadera gasolina del mundo. La creación nació de una masturbación. Atum-Re, el dios supremo se hallaba terriblemente solo en el universo. A falta de hembra, no tuvo más remedio que tomar su falo y -como detallan los escritos- «hacer el amor con su mano». De la eyaculación surgieron los hermanos Shu y Tefnut y con ellos las leyes del deseo por las que aún perdemos el sentido.

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