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-Tutankamón, Carter y las intrigas de un hallazgo arqueológico histórico
29 de Enero de 2012
En noviembre de este año se cumplen 90 años del hallazgo de la tumba de Tutankamón en el Valle de los Reyes (Egipto) con el mismo entusiasmo por dilucidar lo acontecido en la época faraónica. Nacho Ares, experto en esta materia, acaba de publicar La tumba perdida, un libro con el que se estrena en la novela y en el que relata los hechos que sucedieron al hallazgo de aquel magnífico tesoro a cargo del arqueólogo británico Howard Carter.
Recuerdo que cuando tenía 13 años tuve que hacer un trabajo sobre el descubrimiento de la tumba de Tutankamón, comenta Ares a este periódico. Lo hice mecanografiado y con un marco de color rosa, ya que no había ordenador. Así recuerda este historiador su primer contacto con la egiptología, ahora transformado en forma de novela, en la que pone por escrito lo que tanto le fascinó siendo un niño y que sigue considerando como una historia fascinante que aúna aventura con una dosis de misterio casi policíaco.
Aquel episodio fundamental para el estudio del Antiguo Egipto ha sido, desde entonces, objeto de numerosas teorías a las que, todavía, siguen contribuyendo los expertos con nuevo material gracias a los avances logrados en tecnología. Pero, en las páginas de La tumba perdida, Ares no trata de aportar una versión sobre los hechos, sino de relatar lo acontecido después de que Carter informara de su descubrimiento.
Pero, ¿acaso es posible conocer con seguridad qué ocurrió? A juicio de Ares, aunque no hay nada comparable en arqueología a haber encontrado esta tumba, tanto la época faraónica como el hallazgo del tesoro en el siglo XX presentan muchas lagunas, ya que la etapa en la que vivió Tutankamón, hace 3.000 años, está considerada como maldita por coincidir con el fin del Periodo de Amarna, que sumió a Egipto en una etapa monoteísta nunca vivida hasta entonces.
Tal y como sostiene Ares, la arqueología es una ciencia interdisciplinar de la que se sirve la historia para reconstruir el pasado. Entre sus máximos exponentes figura Carter, a quien define como intrigante, introvertido y arisco, así como una persona muy celosa de su trabajo que evitaba perder el tiempo en banalidades. Sus enemigos le achacaron no haber tenido una formación académica, dice este experto, quien sostiene que, pese a todo, fue un genio de la metodología arqueológica, hablaba perfectamente el árabe y estaba muy integrado en la sociedad de la época.
Su influencia en el Egipto de principios del siglo XX fue indiscutible, tanto que hasta sus más acérrimos enemigos reconocieron que era el único capaz de llevar a cabo una labor tan ingente como certificar lo hallado en la tumba, dice Ares. Pero no todo fueron alegrías. Le creó un profundo desasosiego el hecho de que sólo pudiera publicar tres libros sobre el descubrimiento dedicados al gran público y no alguno de índole científica, comenta el autor de La tumba perdida.
Otro de los sinsabores de Carter fue no haber conseguido que el tesoro fuera repartido al 50 por ciento entre Egipto y Reino Unido. Antes del hallazgo de Tutankamón, fue publicada una ley que decía que de encontrar una tumba intacta, es decir no expoliada, su contenido quedaría íntegramente en el país, explica Ares, al tiempo que añade que Carter y su equipo defendieron que había sido saqueada en la Antigüedad, pero su queja no fue escuchada.
A día de hoy, cuando campañas de excavación europeas siguen salpicando el territorio que ocupa Egipto en busca de evidencias sobre su pasado, Ares comenta que sólo un extracto social muy reducido de la población egipcia es consciente de su patrimonio. Teniendo en cuenta que un 50 por ciento de los ciudadanos son analfabetos, no sería justo culparles de ello, pero sí de que durante años se hayan dedicado al expolio.
Así pues, según su parecer, Egipto está viviendo algo que ya ocurrió en España a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando la Dama de Elche fue vendida al Museo del Louvre por 5.000 pesetas, teniendo luego que recuperarla Franco a cambio de varios murillos y algún dinero. Ante el debate sobre si es adecuado o no que las piezas que hoy pueden verse en museos de Londres, París o Berlín sean devueltas, Ares detalla que, en algunos casos, se encuentran en esas ciudades porque Egipto las ha regalado o vendido a lo largo de su historia. Hay excepciones. Sobre el busto de Nefertiti, que puede contemplarse en Berlín, hay visos de que salió del país de forma poco honesta, lo que vendría a justificar las quejas de quienes se consideran herederos de este legado histórico.
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